La labor de los misioneros de la Pequeña Obra de la Divina Providencia en Manila es impresionante y solo puede apreciarse plenamente viviéndola. Arremangarse y participar en una experiencia solidaria así es transformador.
En el vertedero de Manila, en Payatas y en Montalbán, viven en un entorno familiar 30 chicos con enfermedades graves como autismo, síndrome de Down, parálisis cerebral y macrocefalia, entre otras. Este lugar, conocido como el pequeño Cottolengo, acoge y cuida a estas personas como si fueran parte de una familia, con la dedicación de 25 trabajadores que los atienden día y noche.
Además, los misioneros Orionistas gestionan una decena de comedores sociales en el barrio de Payatas, una zona extremadamente deprimida. En esta área, la mayoría de los habitantes sobreviven buscando entre la basura objetos que luego revenden. Más de 400.000 personas viven en esta barriada insalubre, donde familias enteras buscan entre los desechos antes de que los camiones continúen su camino hacia el vertedero, que inicialmente estaba en Payatas y ahora se ha trasladado a Montalbán.
En estos comedores sociales se atienden a más de 400 niños con un programa de alimentación que proporciona una comida diaria. El coste de esta comida es de 0,30 € por niño al día, un gasto inasumible para estas familias. Los niños, de entre tres y ocho años, son seleccionados por trabajadores sociales para participar en el programa "Feeding", crucial para su crecimiento al proporcionarles los nutrientes básicos necesarios.
Las madres también colaboran como voluntarias, ayudando en la preparación y servicio de las comidas, que consisten principalmente en arroz con una pequeña sopa o lomo de caballa en escabeche. Además de la alimentación, se suministran medicinas tanto a los niños como a sus familias. En Payatas, hay un dispensario médico que se centra en tratar la tuberculosis, una enfermedad erradicada en Occidente pero aún prevalente en estas zonas debido a las malas condiciones de higiene y alimentación.
Junto a estas personas, estuvimos casi veinte universitarios madrileños, procedentes de dos clubes de la región, uno en Las Rozas y otro en Móstoles, ambos dirigidos espiritualmente por el Opus Dei. Nuestra experiencia allí fue increíblemente enriquecedora. En lugar de solo dar, recibimos mucho más, aprendiendo que hay más alegría en dar que en recibir. Durante nuestra estancia, ayudamos a cuidar a los chicos con discapacidad en el pequeño Cottolengo de Montalbán, participamos en los comedores sociales de Payatas, donde jugamos con los niños, bailamos con ellos y les servimos la comida. También acompañamos a los trabajadores sociales a entregar arroz a familias necesitadas.
Entrar en esas casas fue impactante. La mayoría de ellas, construidas con tablones de madera y chapas, no eran más grandes que 2 x 2 metros. Allí comían y dormían familias enteras en condiciones higiénicas deplorables. Lo máximo que podían hacer era dejar las chancletas en la puerta para intentar mantener un poco de higiene. Algunas chabolas estaban construidas siguiendo el cauce de un arroyo lleno de residuos fecales.
Realmente, se necesita una vocación especial para pasar años cuidando de estas personas necesitadas. Este es el caso del Padre Julio, quien lleva 35 años en el lugar y es el principal organizador de toda esta labor solidaria. Él busca financiación, sustituye a trabajadores sociales o profesores enfermos y recibe visitas para mostrarles su trabajo, facilitando así las donaciones. Con más de 79 años, el Padre Julio es toda una institución en Payatas. Los misioneros de la Pequeña Obra de la Divina Providencia realizan una labor en Filipinas que ninguna otra institución de la Iglesia desempeña, dedicándose a los más pobres entre los pobres con una eficacia admirable, aunque siempre necesitan ayuda.